Esperit de la missatgeria

«Había comenzado el período de Siva el Restaurador. La restauración de todo lo que hemos perdido», Philip K. Dick, Valis.

lunes, 24 de mayo de 2010

Fantasmas de gran densidad material

En su La linterna mágica Bergman afirma que Tarkovski es el mejor director porque sabe filmar sueños; viendo Hubert Robert, una vida afortunada y Elegía de un viaje, de Aleksandr Sokurov, se tiene la sensación de que Tarkovski tuvo un hijo espiritual. Pero vayamos a la visibilidad aplicada en los dos mediometrajes. En ambos Sokurov destaca los elementos principales en la recepción, basándose en la forma en que se nos presentan los objetos artísticos: la materialidad de cada esfera sensorial, sobre todo de las dos fundamentales en una película, la audible y la visible. La estructura onírica ordena ambas películas. Como en un sueño, el libre juego de asociaciones une cada secuencia. Y buena parte del combustible imaginativo lo aporta la tradición artística.
En Hubert Robert encontramos básicamente dos carburantes: el teatro Noh y las pinturas de Robert. Una representación de Noh sirve de excusa argumental para iniciar (por cierto, la filosofía budista mantiene algunos curiosos paralelismos con la fenomenología). Personajes ingrávidos, dignos de Okyo, se mueven como fantasmas por el escenario. Como en unas muñecas rusas, verlo lleva al narrador a pensar en Hubert Robert, y eso nos impulsa hasta el Hermitage para admirar sus cuadros, mostrando el proceso mental de un espectador sensible causado por el arte, equivalente al flujo de conciencia literario sólo que acompañado por imágenes y sonidos. La voz y lo visual se estimulan, eje de la experiencia, y no el encadenamiento de razonamientos. Algunos planos comienzan pegados al lienzo, para luego alejarse hasta salir del rectángulo, subrayando el acto contemplativo y la diferencia que otorga un simple cambio de perspectiva. La piel del cuadro respira, en una experiencia de gran sensualidad, a la busca de lo plano, plano al cuadrado cuando desliza mórbidamente la cámara por la superficie de un lienzo, acentuando el efecto porque incluso la imagen aparece inflada, como si el resto de dimensiones se integraran en la bidimensionalidad. A Sokurov le gusta tanto la tradición que satura las referencias: el teatro ritualístico Noh, la arquitectura neoclásica del Hermitage, los cuadros pintorescos de Robert; sin embargo, eso no se plasma en un discurso enciclopédico sino en imágenes de una densidad difícil de superar.


Por su parte, la estructura es aún más onírica en la Elegía del viaje, con sus primeras escenas dispuestas a manera de imágenes hipnagógicas hasta dar con narraciones más reconocibles, como el bautismo, o la conversación en el bar, cuando otro personaje interpela al narrador. De la misma forma que en Hubert Robert la pintura vuelve a animar el proceso asociativo de un narrador en primera persona, con una voz en off que es más un fantasma que un sujeto interviniendo en la acción —episodio del bautizo. Su voz de hipnótica entonación sostiene el viaje. Ver obras estimula las asociaciones, como se concretiza sinestésicamente en el episodio del Hermitage, en que los cuadros se traducen en sonidos alusivos al tema de la composición. De nuevo un personaje fantasmal, convertido casi en el Espíritu, contempla pinturas y reflexiona sobre el arte. Imaginación del artista de nuevo en el cuadro de Saenredam. El contemplador estuvo junto al artista mientras pintaba, excusa que iguala al creador y al observador, recreador de la pintura con su observación. En eso se parece al Robert fabulado por el narrador, para quien el pintor se lo inventaba todo, plasmación visible de lo invisible, lo existente en su imaginación —lo cual no equivale ni a mentira ni a irrealidad. El narrador se postula como un doble del espectador dentro de la superficie pictórica. Goza de la gran fortuna de poder tocar, como en esos abundantes planos de una mano que recorre la superficie de cuadros, paredes, objetos… lo háptico de manera diferida.
Que las obras estén tan interesadas en lo visible no implica que no reflexionen: al contrario, se preguntan sobre lo más importante de la existencia, sólo que en un audiovisual se piensa mediante la imagen y la palabra. Lo sensible se eleva a la cumbre de la atención, pero sin menospreciar a lo intelectual, ético o espiritual, todos ellos facetas de la experiencia estética. De hecho, la dicotomía entre superficie y honda reflexión es falsa. Los dos cortometrajes están cargados de contenido, siendo éste la propia imagen. ¿Por qué separarlos? La visibilidad no implica obligatoriamente renunciar al contenido sino prestar la atención debida a la propia materia de la obra y revelar cómo ésta se manifiesta en lo audiovisual.


En definitiva, que cuando contemplamos las películas de Sokurov, como las de su maestro Tarkovski, no podemos más que lamentar que su senda sea tan poco frecuentada en el cine.

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