Esperit de la missatgeria

«Había comenzado el período de Siva el Restaurador. La restauración de todo lo que hemos perdido», Philip K. Dick, Valis.

miércoles, 3 de abril de 2013

Venus subterránea (dinámicas culturales, Velvet Underground, sadomasoquismo) (2/6)



Esa tensión interna se experimenta aún con más fuerza en el sector del arte (o del producto cultural) que tiene asignada la tarea de proporcionar crítica, que señala los puntos de conflicto, siendo tan necesaria como incomoda en su papel fertilizador, como válvula de escape y como espejismo, todo en uno. Es curioso el empeño de los sectores conservadores más cerriles por censurar el impulso crítico del arte cuando precisamente ese mismo impulso es el que alimenta en buena medida al capitalismo, sistema que se mantiene por su capacidad camaleónica de asimilar postulados de sus adversarios. La falta de entendimiento por parte de sectores liberales y conservadores del proceso del que forman parte y se benefician no augura un buen manejo del mismo. Sería interesante, aunque probablemente imposible de realizar, un estudio que observase los ciclos del capital desde la perspectiva de la vitalidad del arte más crítico. Probablemente las crisis se vean antecedidas por periodos de arte masivo de corte escapista junto a una persecución o explícita o implícita del arte trasgresor.
En los años sesenta se produjo uno de los momentos de cambio de paradigmas estéticas entre lo elitista y lo popular con el Pop art, movimiento precursor del Posmodernismo. Los creadores del Pop art, entre ellos Andy Warhol, plantearon una concepción del arte claramente diferenciada de los criterios modernistas en boga. En los años sesenta las dos estéticas se yuxtapusieron en una red de teorías estéticas confrontadas. Igual que en tantas ocasiones, los diversos grupos mostraron una actitud antitética fruto de referirse a dos fases de la modernidad y del capitalismo: la fase modernista por un lado y la sociedad de consumo anticipadora del Posmodernismo por la otra.
De manera que primero el Pop art, y más adelante el Posmodernismo, ya de una manera decidida, rompieron en buena medida la separación existente entre la polaridad del arte elevado y del arte popular entendido como sinónimo de kitsch, separación propia del modernismo, según apunta Huyssen (Después de la gran división. Modernismo, cultura de masas, posmodernismo, p. 274). Para este autor, el propósito posmodernista debe desarrollarse partiendo de una estética del compromiso político de transformación, aunque el paso del tiempo ha demostrado que ese postulado de Huyssen fallaba, puesto que la estética posmoderna se ha insertado completamente en la lógica del capital, careciendo eso sí de dimensión crítica para la transformación colectiva en un sentido político progresista. Buena parte del arte de la posmodernidad diluye las fronteras entre lo culto y lo popular (Tarantino sería el ejemplo por antonomasia en el cine) sin dar por ello una obra comprometida socialmente.
Así pues, la sociedad capitalista occidental posterior sobre todo a partir de los sesenta tuvo que hacer difíciles equilibrios entre el tradicional elitismo vinculado a muchas de las prácticas artísticas y una necesidad de ser popular para insertarse en la dinámica del consumo masivo; no hay que olvidar que uno de los principales sectores económicos es el de la industria cultural. Una de las novedades que se produjo a partir de aquellos años fue el acceso de discursos minoritarios o incluso opuestos a la corriente mayoritaria, el de las instituciones poderosos, sean públicas o privadas.

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