Esperit de la missatgeria

«Había comenzado el período de Siva el Restaurador. La restauración de todo lo que hemos perdido», Philip K. Dick, Valis.

martes, 9 de julio de 2013

De la estética de la violencia en el fotoperiodismo y las falsas impresiones (1/2)


Esta fotografía de Denis Farrell publicada por La Vanguardia el veinte de mayo del 2008 ilustra un episodio de disturbios xenófobos en Sudáfrica. En ella, puede observarse como un policía apunta con su escopeta a un hombre. Se trata de una muestra más de la estética gráfica de la violencia, cuyo rastro puede seguirse en muchos de los conflictos bélicos de este siglo y del pasado.  
Ilustra la tensión social provocada por las desigualdades económicas, con sus movimientos de población y los consiguientes ataques xenófobos (en este caso no racistas) contra minorías inmigrantes. La violencia está larvada y se manifiesta más como una revuelta popular que como una guerra explícita. Tras años de ir calentándose lentamente, entra en hervor de súbito durante unos cuantos días demenciales, antes de cobijarse bajo el suelo y esperar con paciencia otro ataque futuro. Sus referentes históricos pueden ser los coches quemados en las Banlieues, las diversas revueltas en los sesenta con la culminación en el 68, o los disturbios en Los Ángeles del 65 o del 92. 
La fotografía de Farell tiene fuerza y es descriptiva, al menos en apariencia, porque si se leía la noticia se descubría que en Sudáfrica había sucedido justo lo contrario de lo sugerido en la imagen: los agentes del orden no pudieron frenar aquellos disturbios. Contradictoria, la fotografía puede interpretarse de varias maneras. Por un proceso de simpatía hacia el débil, el observador puede sentir compasión hacia el hombre del suelo. Esa es la reacción tras la primera ojeada, al considerarlo como una nueva víctima de la brutalidad policial, lo que lo emparentaría con los disturbios del 92 en Los Ángeles, provocados por la paliza policial a Rodney King, o los de París del 2005 después de la muerte de dos adolescentes por similares motivos. 
Sin embargo, si se lee el pie de la fotografía y la noticia con mayor detenimiento, se tomaba conciencia de lo erróneo de la primera impresión: el caído fue uno de los agitadores cuyo objetivo era agredir a inmigrantes de Zimbaue y otros países africanos. Entre otros delitos, los alborotadores asesinaron durante aquellos disturbios del 2008 a más de veinte personas, desmembrados o calcinados entre otras atrocidades. Así pues, el que estaba en el suelo era más un inconsciente agente del caos que un pobre mártir. Tiene más de Robespierre que de Martin Luther King.
En cuanto a sus elementos secundarios, la fotografía ofrece mucha información sobre la estructura económica de la globalización y sus desmanes, desde un cartel publicitario de Coca-Cola, multinacional por antonomasia, que se cuela en una de las esquinas de la imagen, hasta el vestuario de los dos protagonistas: el alborotador en el suelo vestido con unos tejanos anchos, como si estuviera en el Bronx, vestuario obviamente no originario de Sudáfrica e impropio de África, hasta el uniforma del agente, muy militarizado y que da la impresión de seguir la moda estadounidense iniciada en Irak, con sus tonos arenosos. Además, lleva una doble o triple cartuchera, dos en la cintura y una en la pierna, y un tamaño de cartuchos digno de una escopeta para elefantes. A tenor de la imagen, no sorprende que algún año después, durante las protestas de mineros, la policía sudafricana matara a decenas de personas.  
El vestuario de los dos protagonistas me parece especialmente revelador de la importancia de los medios. Los dos parecen estereotipos surgidos de la estética actual, extras de una película de serie B rodada en países lejanos. La curiosa mezcla cultura del policía es muy interesante, con su innecesaria acumulación de armas con la que pretende transmitir una sensación de seguridad a los ciudadanos y disuadir a los instigadores de la revuelta.
No obstante, la impresión de película de serie B se desvanece cuando se observa el resto del decorado. Como al empatizar con el caído, el espectador yerra en su primera impresión. El drama sucede en un barrio marginal del llamado tercer mundo. Nadie en Hollywood, ni siquiera los de las películas de bajo presupuesto o las independientes, rodaría una película sobre ellos. Igualmente, la economía global exporta Coca-Colas a todos los rincones del globo terráqueo pero no calles asfaltadas o, cuanto menos, adoquinadas. De hecho, los adoquines de esta calle apenas cubren la mitad de la superficie, algunos de ellos medio levantados, igual que el cemento de la acera. Además, la casa parece endeble, construida con tablones de madera o chapa. 

3 comentarios:

Josep dijo...

Miri vostè, el nivell dels periodistes d'aquest país és tan baix, que ja no ve d'ací.

David dijo...

Aquesta i moltes altres formen part de l'allau d'imatges a què estem sotmesos contínuament. Cal ser molt curosos amb els peus de foto, les agències en qüestió i tot plegat. Ja ens han ensarronat tants cops...

El missatger dijo...

Doncs jo crec que a Espanya / Catalunya hi ha grans periodistes, Josep. El que no funciona són les capçaleres, marcades pels interessos creats. El més paradoxal del cas és que algun d’aquests bons periodistes és director d’una capçalera, i actua amb més tendenciositat que ningú (la seva signatura té una lletra entre nom i cognom). La vida està plena de contradiccions.

David: em continua fascinant com pot portar a tants equívocs una imatge que aparentment il•lustra de manera immillorable un conflicte (el tòpic de la imatge i les mil paraules): al final resulta que sense paraules la imatge és o il·legible o equívoca.